Así afirmó en una ocasión San Ignacio de Loyola. Sin embargo, ¿qué podemos reflexionar a partir de semejante expresión?
Ciertamente, a lo largo de tu vida puede que te veas obligado a enfrentar diversas situaciones que afectan tu estado emocional. En dichas ocasiones, crees ver una abalancha que se dirige con fúria hacia ti.
En esos momentos, justamente, es donde necesitas y buscas soluciones rápidas y no necesariamente eficaces. Pues, estás frente a una situación que requiere ser solucionada de manera inmediata; para así tratar de regresar al «estado de tranquilidad» con el que contabas antes.
Sin embargo, en esa búsqueda agitada y desesperante, tu capacidad de ordenar y coordinar ideas se ve bloqueada temporalmente. La razón de esto es que concentras mucha energía en «la gravedad del problema». En otras palabras, te limitas exclusivamente a la situación equis; te dejas arrastrar por su aparente dificultad y quedas cegado e imposibilitado para ver todas las posibles soluciones y escoger la más adecuada y la más conveniente.
En este punto, precisamente, es donde entra en función la frase que lleva por título este artículo. La palabra «mudanza» hace referencia a cambios, traslados, reubicaciones, etc., por tanto, cuando te sientas sobrecargado, angustiado, desconsolado, sin una aparente salida; recuerdas que: en tiempos de desolación no se hacen mudanzas.
Incluso, en ocasiones, es necesario vivir esos momentos que nos llevan al borde del límite. Pero sabiendo que no es el fin, que sólo se trata de una prueba de fuego para forzarnos a sacar ese metal precioso que llevamos dentro. El momento difícil hay que vivirlo, enfrentarlo, no huir ni renegar de él. Siempre debes recordar que ése no es el mejor momento para tomar desiciones. Debes esperar a que baje la marea; que la tempestad sea disipada por la calma.
No te dejes angustiar, jamás debes permitir que la situación te supere, que esté por encima de tus capacidades. Ella llegará sin tu permiso pero se irá con tu consentimiento.
¡Feliz inicio de semana!
Edison GT.